Por: Manuel Fernando Silva Tarazona/ Dos figuras tan polémicas como siempre, ambas con raíces profundas en el clima político actual, una vez más están listas para asumir los roles principales en una elección que sin duda debería haber centrado a los índices de cambio genuino en políticas, ideas y propuestas. Sin embargo, el panorama político de la superpotencia mundial es una cortina de humo entre las personalidades y los mejores vendedores cuyo mayor atributo es el látigo partidista mientras muere el diálogo detallado y análisis crítico.
La ilusión de elección
No es un secreto que Trump y Harris representen políticamente visiones antagónicas, Trump, el ex presidente, ahora el símbolo del conservadurismo estadounidense más radical, ha emergido y se ha propuesto regresar al poder potentado en la base electoral, a pesar de estar atrapado en varios escándalos legales y éticos.
Harris, actual vicepresidente, una figura importante en la administración Biden, representa la opción progresista, la alternativa a Trump, se nos presenta como una apuesta segura. Sin embargo, más allá de estas diferencias dramáticas, el debate dejó en claro que ambas candidaturas son un reflejo del sistema que no quiere que cambie nada.
El problema de las élites y la democracia
El “debate” que presenciamos ayer estaba lleno de ataques personales, frases trilladas y promesas vacías, mientras que los desafíos fundamentales que enfrentan los Estados Unidos, desde la desigualdad económica hasta el cambio climático, apenas fueron mencionados. El objetivo no era debatir, sino marcar el territorio político. No estaba interesado en construir una narrativa convincente, sino reforzarla. Ningún candidato quería elaborar un plan concreto, sino presentarse como salvador. Pero lo más desconcertante no es solo que, de todo gran país con cientos de millones de personas, ayer a la noche vimos a estas dos personas seleccionadas porque no amenazarán tan radicalmente el equilibrio de poder actual.
La historia de los debates presidenciales en Estados Unidos ha sido uno de los cimientos de su democracia. Desde Kennedy contra Nixon hasta Obama contra McCain, estos debates fueron considerados como una oportunidad para presentar ideas, desafiar el establecimiento y permitir que el electorado estadounidense elija su líder sin palabras rellenas ni circos políticos. Pero el debate entre Trump, y ahora Harris, muestra que las élites políticas han decidido quién será el próximo presidente, y el electorado no es mas que un espectador.
La hora de nuevas alternativas
La falta de nuevas alternativas en el panorama político estadounidense es alarmante. Lo que se percibía como una ventaja, el bipartidismo, se ha convertido en una traba al desarrollo de nuevos liderazgos. ¿Cuánto se eligen a los candidatos por su forma de liderar? Es más por la forma que tienen de navegar la intrincada red de poder y lealtades de sus respectivos partidos.
Trump, por toda su naturaleza disruptiva, no es más que un síntoma del sistema atornillarse a figuras ya conocidas. En cambio, Harris representa la continuidad de un progresismo institucional que, aunque presenta cambios, queda lejos de cómo debería funcionar en la vida real.
El aspecto más preocupante es que esta falta de profundidad en el debate no solo resulta perjudicial a nivel nacional, sino a nivel internacional también. Es más, la política en los Estados Unidos se convierte en una de las globales, y todo lo que ocurre en Washington tiene su impacto en el planeta. Aun así, aquel país que parece tomarse como cola del mundo está mucho más atento a sus disputas que a la imagen que proyecta a todo el mundo.
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